La luz se escondía tras la verde montaña; tuvo suficiente tiempo para alcanzar su pequeño y tranquilo refugio. Ella vivía con mucha paz y armonía con la naturaleza.
Un día encontró a otra persona en el bosque que había cerca de su refugio mientras recogía bayas. Ella se acercó para platicar con la desconocida, que miraba desorientada en todas las direcciones. Al percatarse de su presencia, la saludo contenta, y comenzaron a charlar.
Ella venía de una ciudad en busca de un lugar tranquilo donde poder vivir en paz y libertad. Ambas se comprendieron muy bien desde el principio, así que acordaron cooperar y vivir juntas.
Las historias que contaba de la ciudad eran extrañas. Allí no había libertad. Los animales no corrían ni volaban libremente, sino que tenían correas en los cuellos y respiraban aire sucio. Las personas que dirigían a esos animales cuadrúpedos también tenían amas a las que debían servir.
Cuando llegó a la montaña y conoció a su nueva compañera, descubrió una forma de vida maravillosa. Conoció el placer de observar las estrellas, de respirar aire puro, de moverse libremente...